Desde hacía mucho tiempo, me rondaba por mi mente la idea de experimentar una técnica que tenia olvidada hacia más de 30 años: la pintura en acrílico sobre lienzo. Después de más de 20 años especializándome en pintar cuadros sobre seda, fui capaz de asomarme al mundo acrílico, no sin respeto y cierto temor, pues me obligaba a salir de mi zona de confort. Una técnica que me recordaba a mi época estudiantil en la Escuela Llotja de Barcelona, donde todo era nuevo para mí y el profesorado enseñaba, entre varias técnicas pictóricas, ésta.
Y asi, con decisión, una mañana de abril de confinamiento, escogí mi primer lienzo en blanco de 40x40cms dispuesta a tantear y experimentar. La imagen de estar frente al lienzo virgen, me pareció un tesoro en el que descubrí un mundo lleno de emociones. Me sentí excitada y a la vez concentrada en dejarme llevar por la mancha sin previo boceto, un proceso de creación inusual en mí.
Dispuestos sobre la mesa, los colores acrílicos y dos paletas que me regalaron en mi 50 aniversario justo el año anterior. Comencé a familiarizarme con la nueva textura mezclando colores y añadiendo agua hasta llegar al estado perfecto de espesor. Una vez escogida la gama cromática, con la alegría y la inocencia del niño que empieza a caminar, me dispuse entusiasmada a acariciar el lienzo con el pincel.
De repente, la luz iluminó mi rostro y el sol apareció instintivamente en el cuadro.
A medida que avanzaba me ilusionaba más. Primero, llegaron las texturas que trataba con esponja, después las veladuras hasta ir creando una composición naturalista. Los colores cálidos hicieron acto de presencia de manera natural debido a mi estado de alegría. Las formas curvas se entrelazaban con sutiles pinceladas de líneas doradas rectas y finas. Era como un baile sin coreografía, donde la experimentación me hacía sentir viva y en plenitud.
Tras varias horas de trabajo, paré frente al cuadro para observar el proceso de la obra. Es difícil de explicar, pero, de pronto, apareció una fuerte conexión entre el cuadro y yo, parecía hablarme queriendo indicar qué camino tomar. Definitivamente ésa era la señal que convirtió la obra semi abstracta en una puesta de sol que fue el broche final para un día vibrante y lleno de luz en mi corazón.
For a long time, the idea of experimenting with a technique that I had forgotten for more than 30 years had been going through my creative mind: acrylic painting on canvas. After more than 20 years specializing in silkpaintings, I was able to peek into the acrylic world, not without respect and a certain fear, since it forced me out of my comfort zone. A technique that reminded me my student days at the Llotja School in Barcelona, where everything was new to me and the teaching staff taught this, among various painting techniques.
And so, decisively, one April morning of confinement, I chose my first blank canvas of 40x40cms ready to test and experiment. The image of being in front of the virgin canvas seemed to me a treasure in which I discovered a world full of emotions. I felt excited and at the same time focused on letting myself be carried away by the stain without a previous sketch, an unusual creation process for me.
Arranged on the table, the acrylic colors and two palettes that my family gave me on my 50th anniversary just the year before. I began to familiarize myself with the new texture by mixing colors and adding water until I reached the perfect thick state Once the color range was chosen, with the joy and innocence of the child who begins to walk, I got excited to caress the canvas with the brush
Suddenly, light illuminated my face and the sun instinctively appeared in the painting.
As I progressed I became more excited. First, came the textures that I treated with a sponge, then the glazes until I created a naturalistic composition. The warm colors naturally made an appearance due to my state of joy. Curved shapes were intertwined with subtle brush strokes of fine, straight gold lines. It was like a dance without choreography, where the experimentation made me feel alive and fully.
After several hours of work, I stopped in front of the painting to observe the process of the work. It’s no easy to explain, but suddenly a strong connection appeared between the painting and me, it seemed to speak to me, wanting to indicate which way to go. That was definitely the sign that turned the semi-abstract work into a sunset that was the finishing touch for a vibrant and light-filled day in my heart.
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